Marlene
I. El encuentro
Por allá de octubre o noviembre de 2016, en un centro comercial de Texcoco, me encontré con Marlene, quien fue mi "crush" en la universidad. Ella iba sonriente, acompañada de un chico más o menos de la misma edad, simpático y de buen trato. Como no estaba en su campo de visión, me acerqué y la saludé con entusiasmo. Al verme, su sonrisa fue espontánea, mientras arqueaba las cejas con sorpresa. Después de un "¡Quééé ooondaaa!" efusivo, me presentó a su acompañante. Conversamos brevemente e intercambiamos números telefónicos. Para ser honesto, pensé que nunca me llamaría, y yo, por mi parte, tampoco tenía intención de llamarla. ¿Para qué?
Sin embargo, cuando hay cierto interés por otra persona, la curiosidad y la inquietud se apoderan de uno. Los pensamientos llegan en cascada y, como correo "spam", te distraen y saturan, perturbando tu tranquilidad. Por eso, no tardé en ponerme en contacto con ella. La invité al gimnasio que frecuento, con la esperanza de que algo pudiera surgir. Pero nada. Rechazó mi invitación alegando falta de tiempo. No insistí más y doy por cerrado el tema.
A los pocos días, ¡sorpresa! Sin decir agua va, recibo un mensaje sugerente:
Migueeeeel, ¿qué harás por la noche?
(!)
Las palabras habría que elegirlas con cuidado, porque podrían dar un mensaje equivocado. De modo que, con calma y sin tomar ventaja, me limito a contestar. El intercambio de mensajes de texto a través del teléfono continúa. Resulta que quiere invitarme unos pistos en un bar de nuestra localidad. Planea salir con su grupo de amigos y amigas, y me pregunta si quiero acompañarlos. No lo pienso mucho. Le confirmo mi asistencia.
A los pocos días, ¡sorpresa! Sin decir agua va, recibo un mensaje sugerente:
Migueeeeel, ¿qué harás por la noche?
(!)
Las palabras habría que elegirlas con cuidado, porque podrían dar un mensaje equivocado. De modo que, con calma y sin tomar ventaja, me limito a contestar. El intercambio de mensajes de texto a través del teléfono continúa. Resulta que quiere invitarme unos pistos en un bar de nuestra localidad. Planea salir con su grupo de amigos y amigas, y me pregunta si quiero acompañarlos. No lo pienso mucho. Le confirmo mi asistencia.
Era jueves 29 de diciembre de 2016, cuando por fin tendría lugar nuestro reencuentro. ¡Uff!
II. La cita
Como un lobo solitario siguiendo los rastros de su presa, llego puntual a la cita, cargado con mi paquete de "por qués". Poco inseguro, lleno de curiosidad, soy el primero en llegar. La llamo:
Yo: | Hola, he llegado. | ||
Ella: | Hola, no tardo. Estoy en camino. | ||
Yo: | Te espero, no te apures. | ||
Ella: | De acuerdo. Adiós. | ||
Yo: | Adiós. | ||
A los pocos minutos aparece la reina: sola, sin su comité, sin su consorte. Entonces la veo, la escaneo; nuestras miradas se cruzan. Finalmente estamos ahí, ella y yo, por un momento a solas.
El saludo y las preguntas de rigor rompen el hielo, abriendo paso a la conversación. Posteriormente, con un gesto le pido al mesero que venga para ofrecerle una bebida a quien ahora me acompaña. De a poco, mis miedos se disipan; la ternura me invade.
"Acércate más, un poco más, junto a mí, no seas tímida, anda". Son las voces que susurran en mi cabeza mientras la observo, intentando descifrar el misterio que trae consigo.
Ni tardos ni perezosos, de poco en poco van llegando los otros; bueno, dos chicas y un chico, dos de ellos compañeros de nuestra alma mater. Entonces despierto de mi fantasía y regreso a la realidad, listo para continuar con los formalismos. Me pongo de pie, extendiendo el brazo. Sonriente participo en el diálogo:
—¡Qué tal, mucho gusto! Mi nombre es Luis Miguel. Bla bla bla bla bla...
—¡Qué tal, mucho gusto! Mi nombre es Luis Miguel. Bla bla bla bla bla...
Parece ser que no solo era mi reencuentro con la anfitriona, ya que el resto de los invitados también se mostraron gustosos de asistir. Las cálidas conversaciones se extendieron tanto en aquella fría noche de diciembre, que pronto tuvimos que movernos en auto a otro local para continuar con los viejos recuerdos, pues estaban por cerrar.
Ya instalados en el restaurante, propio para trasnocheros, cada quien ordeno algo sólido y caliente para el estómago, pues los aromas del lugar invitaban al que va entrando a degustar suculentos platillos. No queríamos despedirnos; los recuerdos borboteaban sonoramente. Todos participábamos, contábamos anécdotas y nos reíamos de nosotros mismos. Sin embargo, debíamos partir, pues ahora el segundo local también nos apuraba con la cuenta. A demás, a pocas horas debíamos alistarnos para desfilar rumbo a nuestros trabajos.
Mientras nos despedíamos, envueltos por un aura de fraternidad, se me ocurre que debo seguir adelante con mis indagaciones.
¡Esperen! Atropello cual oportunista en el "Black Friday": —los espero el viernes 20 de enero en mi casa, que yo invito—. Entonces intercambiamos números telefónicos para estar en contacto. He quedado en lanzar la invitación y enviarles la ubicación de mi domicilio particular para que asistan al guateque.
¡Esperen! Atropello cual oportunista en el "Black Friday": —los espero el viernes 20 de enero en mi casa, que yo invito—. Entonces intercambiamos números telefónicos para estar en contacto. He quedado en lanzar la invitación y enviarles la ubicación de mi domicilio particular para que asistan al guateque.
Ella no debía faltar, de modo que espero la oportunidad para involucrarla en las amenidades de "La Gran Cena".
III. El ensayo
Esperar, debía ser paciente, cuento los días. Entonces surge algo de la oscura oquedad: un brillo, y otro, uno más. De pronto, en uno de los gentiles mensajes que intercambiábamos asiduamente, se lee:
—Vayamos al frontón, paseemos en bici —dice ella.
—Subamos la montaña, desayunemos a las afueras de la ciudad —digo yo.
¡Oh, sí! Ahí estaba la oportunidad; vacilante, provocadora. Al parecer todo marchaba bien, de modo que acordamos vernos un sábado por la mañana. Ese día no hubo actividad física, solo desayunamos en el interior de nuestra pequeña ciudad. Eso sí, nos dimos gusto en recorrer sus lugares y los míos.
—Vayamos al frontón, paseemos en bici —dice ella.
—Subamos la montaña, desayunemos a las afueras de la ciudad —digo yo.
¡Oh, sí! Ahí estaba la oportunidad; vacilante, provocadora. Al parecer todo marchaba bien, de modo que acordamos vernos un sábado por la mañana. Ese día no hubo actividad física, solo desayunamos en el interior de nuestra pequeña ciudad. Eso sí, nos dimos gusto en recorrer sus lugares y los míos.
—¡Por Dios! Estoy descuidando la dieta —dice ella.
Haciéndole ver que la fortuna nos ha reunido y, jugando un poco al Don Juan Tenorio, entonces le digo:
Haciéndole ver que la fortuna nos ha reunido y, jugando un poco al Don Juan Tenorio, entonces le digo:
—Disfruta el momento, no es todos los días,
que ya llegará el momento, de quemar calorías.
que ya llegará el momento, de quemar calorías.
Felices por las calles; hablamos, planeamos y organizamos lo que sería la cena con, ahora también mis amigos y amigas. De modo que aprovechamos para comprar los ingredientes, llevarlos a mi casa y hacer un ensayo. Si, un ensayo previo al gran evento —quizá disciplina, quizá un pretexto para intimar un poco durante la preparación del menú. Incluso, invitamos a un amigo y a una amiga para amenizar el juego espontaneo que surgió en las primeras horas de la mañana.
Llegada la hora de sentarnos a la mesa, la cual lucía elegante con copas bien alineadas y manteles impecables, nos encontrábamos serios, solemnes, incluso extraños. Fue entonces que le dimos la oportunidad a los platillos preparados para que se expresaran.
—Mmm... me encanta la sopa —dijo ella, sonriendo con aprobación.
—El salmón huele excelente —comentó él, dejando escapar un suspiro de satisfacción.
—Sírveme un poco más de verduras, por favor —se animó la tercera, entusiasmada por el sabor.
—Cateemos el vino —sugerí, levantando la copa con un guiño.
Y así, entre sabores y brindis, nos fuimos soltando, dejando atrás la formalidad inicial.
El ensayo subió de tono cuando nuestro invitado, decidido a animar la velada, se puso guapo con el tequila y lo necesario para preparar vaporosos tragos en sus diferentes variantes: caballitos, margaritas, palomas. Animados por el elixir, no faltó quien pusiera su "playlist" favorita, inundando el ambiente con ritmos colombianos. Fue así que, seducido por el ritmo vibrante de la música tropical, me atreví a esbozar algunos pasos de baile con mi chica adorada. ¡Qué locura tan deliciosa! Nos movimos entre risas y torpezas, contagiados por la magia del momento.
El ensayo subió de tono cuando nuestro invitado, decidido a animar la velada, se puso guapo con el tequila y lo necesario para preparar vaporosos tragos en sus diferentes variantes: caballitos, margaritas, palomas. Animados por el elixir, no faltó quien pusiera su "playlist" favorita, inundando el ambiente con ritmos colombianos. Fue así que, seducido por el ritmo vibrante de la música tropical, me atreví a esbozar algunos pasos de baile con mi chica adorada. ¡Qué locura tan deliciosa! Nos movimos entre risas y torpezas, contagiados por la magia del momento.
Pues sí, lo que había comenzado como un ensayo terminó transformándose en un banquete inolvidable que nos mantuvo en onda hasta la media noche. ¡Increíble! Más de 12 horas de convivencia con la que otrora me robara el sueño. Risas, música y miradas cómplices, todo había sido mágico. ¿Puedes imaginar mi grado de embriaguez al final del día?
Gracias a la buena voluntad de todos, el supuesto ensayo fue un éxito; ahora es momento de concentrarse en la organización de la gran cena.
IV. La cena
A sí es, ahora me enfrentaba a un nuevo reto: tenía exactamente una semana para preparar lo mismo, solo que esta vez para 10 invitados. ¡¡Quééé!! Pues sí, debía aplicarme a fondo para que nada fallara. Una mezcla de felicidad y nerviosismo se asomaba con intención de instalarse en mi psique. Por fortuna, las obligaciones diarias en la oficina me distraen, ayudándome a conservar la calma.
Llegado el anhelado fin de semana, nuevamente cuento con el apoyo solidario de mi musa inspiradora. Juntos repetimos la fórmula y ¡voilà! Todo listo en un 2 por 3. Solo que, de los 10 invitados, solo se presentaron 2. Eso sí, distintos a los de la semana pasada. De modo que, otra vez éramos 4 en la mesa: 2 niños y 2 niñas, perfectamente equilibrados para otra noche memorable.
Como era de esperarse, no faltó el alcohol para envalentonarnos, solo que en lugar de baile, ahora incluimos karaoke de canciones variadas: "la la la la la 🎤🎼😀😂". Afinados y desafinados por igual, desinhibidos, cada quién en su momento, vibramos al compás de la rockola.
Increíble pero cierto: improvisaciones, anécdotas, conversaciones espontaneas mantuvieron el ambiente "grooby" hasta las 8 de la mañana del día siguiente. ¡Wow! Jamás imaginé que una noche de karaoke pudiera extenderse tanto, pero así fue.
Pálidos y ojerosos nos mirábamos unos a otros, pidiendo una tregua. Ya era tarde; mejor dicho, ya era de mañana y nuestros agotados cuerpos clamaban descanso. Entre sonrisas cansadas y abrazos sinceros, nos despedimos con la promesa de reunirnos otra vez, de nuevo.
Pálidos y ojerosos nos mirábamos unos a otros, pidiendo una tregua. Ya era tarde; mejor dicho, ya era de mañana y nuestros agotados cuerpos clamaban descanso. Entre sonrisas cansadas y abrazos sinceros, nos despedimos con la promesa de reunirnos otra vez, de nuevo.
V. La espera
Con el paso de los días, la euforia y felicidad que dejó aquella velada se consume paulatinamente, como la trémula llama de una veladora al borde de extinguirse. En medio de ese vacío, comienza a germinar una imperiosa necesidad: ¡volver a verla!No ceso de enviarle mensajes para saludarla e invitarla a salir, pero una excusa o un compromiso siempre se interponen para evitar coincidir en un mismo espacio y en un mismo tiempo. ¿Acaso le desagrado?... La zozobra que provoca su ausencia se apodera de mis pensamientos, llenando cada rincón de mi alma de incertidumbre y nostalgia. ¿Será que debo resignarme a esperar que su voluntad me conceda un poco de caridad?
Los encuentros y los espacios entre ellos generan una montaña rusa en mi estado de ánimo con múltiples devaneo, pasando de la hipertimia a la distimia en periodos nada regulares: ¿Le hablo o no le hablo? ¿Le escribo o no le escribo? ¿La busco o no la busco? ¡Si! ¡No! ¡Si! ¡No! ¡Si! ¡No! Así van pasando los días con sus noches. Noches en las que miro el firmamento, me sumerjo, navego en él, juego con sus astros de colores, me monto en un comenta para viajar por el universo. La busco... Mientras que en el día, la mirada se posa en el infinito, la aspiración es fuerte y prolongada seguida de una espiración profunda. Me temo que he sido flechado. Seguro padezco de una de las tantas afecciones contraídas por las chiquilladas de cupido, padecimiento al cual socarronamente llamo asma.
¿Quién es esta chica que llega y me sacude?
"Mujer audaz, mujer fugaz, mujer relámpago."
VI. El concierto
Finalmente, el jueves 16 de febrero, después de aciagos días, la ocasión nos reúne en El Auditorio Nacional de la CDMX para gozar de la presencia de uno de mis cantantes favoritos. Aunque para ella era un cantante de moda, para mí representaba una leyenda viva. En fin, debía acercarla a mi mundo.
A pesar del tráfico habitual de la metrópoli, logramos llegar a tiempo al inmueble, el cual refulgía con sus grandes reflectores. El público expectante deambulaba en la cercanía. Los estacionamientos, afanosos, recibían y recibían a los vehículos que formaban largas filas. Una vez ubicados en nuestras butacas, mirando el escenario con sus grandes pantallas, en espera del virtuoso solista, me apresuro con lo que me ocupa —nuevamente los sueños me perturban—.
"Acerco mi mano a la suya, rozando su piel desnuda, murmuro: —Morena mía—. Me animo, aprieto los dientes y en seguida entrelazo sus dedos con los míos, mientras que con la palma de mi otra mano cubro el dorso de la suya, la cual con cariño sujeto." En eso, la bioquímica de mi cuerpo se acelera, se agita. Hay fiesta en mi corazón.
A pesar del tráfico habitual de la metrópoli, logramos llegar a tiempo al inmueble, el cual refulgía con sus grandes reflectores. El público expectante deambulaba en la cercanía. Los estacionamientos, afanosos, recibían y recibían a los vehículos que formaban largas filas. Una vez ubicados en nuestras butacas, mirando el escenario con sus grandes pantallas, en espera del virtuoso solista, me apresuro con lo que me ocupa —nuevamente los sueños me perturban—.
"Acerco mi mano a la suya, rozando su piel desnuda, murmuro: —Morena mía—. Me animo, aprieto los dientes y en seguida entrelazo sus dedos con los míos, mientras que con la palma de mi otra mano cubro el dorso de la suya, la cual con cariño sujeto." En eso, la bioquímica de mi cuerpo se acelera, se agita. Hay fiesta en mi corazón.
El evento no defraudó, de echo agradó. De poco en poco ella se fue familiarizando con las interpretaciones del divo, mismas que se tiñeron de un matiz particular con su presencia. Sé que cuando las vuelva a escuchar, me remitirán a ese rincón elevado que rozaba el cielo, en donde el eco de cada nota parecía que estaba destinado para nosotros. Rincón cómplice que nos cobijó en aquella noche de concierto, noche de idilio.
VII. Gratitud
La convivencia de aquella vez, un verdadero bálsamo sanador, resultó ser de un regocijo inmenso. Aquel momento íntimo que comenzó poco antes de que llegara el alba y que se extendió hasta la primera hora del día siguiente, nos permitió acercarnos con franqueza. Nos sinceramos, nos descubrimos, nos entendimos.
Me encuentro en paz... por el momento.
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